Cuando hoy me vi en los ojos de mi papá,
confirmé que su brillo seguía allí. Más persistente y arraigado que nunca.
Mi papá siempre
ha sido mi universo, a pesar de las ideologías que nos marcan, de la adultez
que nos llega, de la certeza de independencia que nos creemos y de las alas que
nos atamos a la vida intentando con ellas volar.
Mi papá crece cada día y como yo, no
puede ocultarlo. Pero su pulso sigue firme y la guarida de sus ojos sigue atesorando mi vida.
Mi papá siempre ha sido un gigante de
ojos dulces. Un malabarista de historias y de cuentos inventados y reinventados
cada mañana y cada noche ante los ojos deslumbrados de sus hijas y sus hijos.
¿Cómo no recordar esas carreras a su habitación todas las mañanas y
las noches, apiñados, queriendo tener la platea en el teatro de su cama?
Anticipándonos al festín de sus historias de princesas y de pájaros azules, de
Rucios y de Tíos Coyote.
¿Cómo no deslumbrarnos cuando nos decía que había sido
invitado a la fiesta real y que había bailado la noche entera con la princesa, y
nos lo demostraba convincente, sacando debajo de la cama sus
zapatos viejos, con la suela gastada y rota.
—Miren mijos —nos decía—, de tanto
bailar con la princesa se me rompieron los zapatos.
Y nosotros, con la boca abierta lo
imaginábamos dando vueltas sin parar. ¿Cómo podíamos poner en duda sus
palabras? ¡Si mi padre era para nosotros el hombre más poderoso del mundo!
Y los juegos en la calle. ¡Y los amigos
de la cuadra, y de la cuadra de más allá y de la de más allá!,que llegaban
atraídos por él como si fuera un imán irresistible. Corriendo a su alrededor.
Jugando electrizado, gallina ciega, arranca cebollas. Gozando con sus
brazos fuertes que nos alzaban hasta el cielo. O con los ojos atados, trastrabillando
y caminando a ciegas tratando de encontrarnos mientras nosotros, muertos de la
risa, nos escondíamos detrás de él hasta que añorando sus abrazos nos dejábamos
atrapar.
Otras veces, temblando de miedo, rodeados
por la oscuridad, escuchando su voz trémula mientras nos contaba esas historias
inocentes de miedo que nos hacían temblar y acercarnos más a él para sentirnos
protegidos.
La pobreza de esos años no fue nunca
suficiente para aplacar nuestros juegos y alegrías. La pelota hecha con las
medias viejas de mamá, era nuestro planeta propio. La única muñeca, recibida cuando
hicimos la primera comunión, era nuestra tierra prometida y las maravillosas tardes,
nuestro paraíso. ¿Qué más podíamos
desear?
Mi papá nos regaló la infancia más feliz
que se pueda imaginar. Pero llegó la adultez y creí tener siempre la razón y
nuestros caracteres fuertes compitieron entre sí y el creer que podía hacer lo
que quisiera me alejó de su consejo a tiempo y de su sabiduría para convertir
las novelas de los clásicos en cuentecitos para niños.
El apetito de mi papá sigue siendo
poderoso, como su memoria. Recuerda su infancia como si hubiera sido ayer y
repite con pelos y señales los hechos que ocurrieron hace muchos años. Se
conoce los nombres de generaciones enteras, las canciones antiguas y los poemas
olvidados por el tiempo. Su voz es poderosa
y canta a todo pulmón en cualquier momento sin que le importe si afina o
no lo hace.
Pero ahora que su paso va más lento y su
oído necesita que se le repita más de una vez lo que decimos, me detengo a
valorar la herencia de vida y felicidad que me ha entregado. Su portentosa imaginación
ha marcado la mía entregándome un mundo de historias, palabras, sonidos y
posibilidades.
Mi papi ha sido y sigue siendo el pilar
que sostiene mi alegría.