lunes, 8 de octubre de 2018

Dulce y la canillita de leche


Desde el librero abarrotado de novelas románticas y poesía sin métrica, insistente, el reloj contaba uno a uno los segundos. Era un sonido extraño, como pasos sobre la hojarasca, o como el silencio de la luna quebrándose en un cuenco de agua. 

Dulce todavía sentía en su lengua y en una esquina del paladar, la dulzura de la  canillita de leche que Saturnino le había compartido la tarde aquella, en que se fue para siempre, dejando su corazón alborotado.

La había comido por pedacitos, a la canillita de leche, sumergida de lleno en la contemplación de la pared que ocultaba la distancia. Tenía miedo de acercarla con sus ojos y darse cuenta, que ya no se veía la silueta de su espalda. Prefería  imaginarlo y rememorar esa minúscula gota de saliva que había saltado de su boca y que ella había recibido en su lengua como si se tratara de agua bendita. 

Ahora ya no le quedaba nada físico de él, solo recuerdos y la falta de certeza de su existencia. ¿y si solo se trataba de su imaginación? ¿y si Saturnino solo era una construcción de su locura? ¿Y si su madre tenía razón y simplemente ella no era digna de ser amada ? ¿Y si mejor cerraba los ojos y se dejaba morir?