En su puño sintió un aleteo y un sinfín de cosquillas le acarició los sentidos.
La felicidad se le desbordó en su cara con forma de risa y la curiosidad se despertó sobresaltada.
Quiso ver nuevamente las miriádas de libélulas sinfónicas y multicolores
que bullían sobre la palma de su mano.
Abrió un minúsculo
resquicio entre sus dedos y las libélulas aprovecharon la libertad que se les
ofrecía y escaparon en vértigo de colores y sentimientos que entonaban las sinfonías de Beethoven
y de Mozart.
Sus minúsculas alas lanzaban destellos dorados que olían a lavanda
y a chocolate.
Sus ojos, como
una cámara fotográfica perfecta,
mostraban las maravillas del mundo creadas
y todavía por crear.
Eran capaces de aplacar con su voz cualquier dolor o miedo que apareciera a perturbar la
alegría.
Las libélulas recorrieron el aire con el vértigo de la alegría
y se
depositaron nuevamente en su mano
inundándola de felicidad.
Tengo recuerdos imborrables de mi vida en la orilla del río en compañía de las libelulas. Me lo recordaste con tu relato Araminta.
ResponderEliminarMuy sentido.
Un abrazo
Me alegra tanto haber llevado a ti ese recuerdo José. ¡Qué bien!. Un abrazo y las gracias de siempre por siempre estar.
ResponderEliminarHa sido un gusto leerte, amiga.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias querido José, es un gusto grande para mí saberte allí. Besos.
ResponderEliminarFelicitaciones, amiga Araminta por tu maravilloso trabajo. Saludos.
ResponderEliminarJoao, te agradezco mucho que lo aprecies. Un abrazo.
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