lunes, 8 de octubre de 2018

Dulce y la canillita de leche


Desde el librero abarrotado de novelas románticas y poesía sin métrica, insistente, el reloj contaba uno a uno los segundos. Era un sonido extraño, como pasos sobre la hojarasca, o como el silencio de la luna quebrándose en un cuenco de agua. 

Dulce todavía sentía en su lengua y en una esquina del paladar, la dulzura de la  canillita de leche que Saturnino le había compartido la tarde aquella, en que se fue para siempre, dejando su corazón alborotado.

La había comido por pedacitos, a la canillita de leche, sumergida de lleno en la contemplación de la pared que ocultaba la distancia. Tenía miedo de acercarla con sus ojos y darse cuenta, que ya no se veía la silueta de su espalda. Prefería  imaginarlo y rememorar esa minúscula gota de saliva que había saltado de su boca y que ella había recibido en su lengua como si se tratara de agua bendita. 

Ahora ya no le quedaba nada físico de él, solo recuerdos y la falta de certeza de su existencia. ¿y si solo se trataba de su imaginación? ¿y si Saturnino solo era una construcción de su locura? ¿Y si su madre tenía razón y simplemente ella no era digna de ser amada ? ¿Y si mejor cerraba los ojos y se dejaba morir?

jueves, 30 de noviembre de 2017

LA LUNA

Eran las cinco de la tarde, no tenía ninguna duda. El aire olía a noche. Ese olor inconfundible a pesadillas. Los pájaros veloces  atravesaban los espejismos del cielo, escapando seguramente de su propia sombra. Buscaban cobijo en los árboles y se zambullían  en sus ramas como un suspiro. Su gorjeo se resistía a dejar ir los últimos destellos del día. El alboroto en las alturas de las ramas parecían estertores de vida. El miedo privaba, estremecía, calcinaba. Abrí los ojos y dejé que la música del saxofón que tocaba el hombre de saco a rayas y barba prominente, cinco pisos arriba del mío, y tres ventanas hacia la derecha, atravesara como una espada afilada mis sentidos. Mi esqueleto vibró como una pandereta y el corazón me aplacó los miedos. La calle se llevó la música por los recovecos del tiempo y la luna, como un regalo de luz, se posó en mis ojos atrapando la noche.
 

Un martes de febrero. 2021

jueves, 23 de marzo de 2017

TRISTE DE FLORES

Fotografía: Araminta Gálvez
Callados,
mis pies vegetan al sur de mi estructura,
hundidos en la añoranza de una infancia
correteando sueños
y enjambres
de mariposas amarillas.
Se enfría el café en la tarde amortiguada con sombras.
El verano no dejó ninguna huella en el jardín,
se fugó tras una golondrina de quimeras
y ahora,
en el instante de luz que aparece tras mis ojos,
una lágrima embarazada de tristeza
se asoma a este abril triste de flores.

Enero 2015




miércoles, 13 de julio de 2016

ES QUIEN ACECHA TRAS LA PUERTA

La muerte es quien acecha tras la puerta
del suspiro y  del aliento, es la intrusa
la que espera en silencio, siempre alerta
tan presente indeseada y confusa.

Es certera, afilada, omnipresente
inquietante, atrayente la señora,
en la tierra con nadie es consecuente
y arrastra hasta el confín donde ella mora.

En silencio se acerca y rompe el hilo
breve y sutil que vibra con la vida
destruyendo con furia y con su filo

sueños, metas, propósitos cual druida
feroz, cruel e implacable, que en un rilo
trae el luto y la noche con su brida

lunes, 28 de marzo de 2016

CALLES DESIERTAS DE SILENCIO (entrega 2)

El frío no hacía acto de presencia en el cine. La oscuridad no era total. Algunos espejismos de luz se filtraban bajo la cortina de pana verde que cubría la entrada. El verde de la cortina me hacía pensar en un guacamol cuyo aguacate ya empezaba a ponerse de un color desagradable.

Al atravesar la cortina tenía la impresión de que la verdad estaba por aparecer ante mis ojos. Una verdad obtusa, pero definitiva. 

En la enorme sala rectangular, un olor agrio se apoderaba de la nariz y no salía de allí durante varias horas. La debacle asaltaba todos los rincones. Las butacas ya no tenían los cojines acolchados, ni los resortes aceitados de los buenos tiempos. Ahora crujían y había que acomodarse constantemente para no dejar una nalga mal enganchada entre los resortes. Las lámparas de los acomodadores titilaban una desconsolada y amarillenta luz. La señalización de los pasillos había desaparecido debajo de los grafiti y de las mentadas de madre escritas con la letra primorosa de  artistas callejeros. La alfombra parecía una imagen del descalabro. Raída. Descolorida. Abandonada a su suerte.

La pantalla, sin embargo, mantenía su dignidad.

Si la peli era buena, la incomodidad de los resortes no importaba, pero si por mala pata la historia era un fiasco, entonces la pantalla no se salvaba de la guerra de poporopos,  latas con restos de bebida y madreadas de la audiencia. Pero si la peli era buena, no se escatimaba en aplausos y silbidos.
Esta noche todo parecía marchar bien. 

Contrario a lo que sucedía siempre, Gonzalito se sentó en la última silla de la fila y con un gesto le indicó a Simón que lo siguiera. Quise resistirme pero opté por sentarme en la orilla. Pensé que tal vez querían tener a mano el combo de poporopos y cocacolas que recién habíamos comprado. Pero a medida que pasaban los minutos empecé a sentirme huérfana. Me hacía falta la grasa de la pancita de Gonzalito para acomodar mi brazo derecho y el huesudo hombro de Simón para apoyar la cabeza.
Ellos parecían cómodos y satisfechos.

Nos quedamos en silencio. Mirando encantados la pantalla blanca que dentro de poco nos llevaría a conocer otros mundos, otras vidas, otras historias.

Simón llevó un puñado de poporopos a su boca y mientras masticaba metódicamente, metió su mano dentro de mi blusa y agarró uno de mis pechos.


La sala estaba desierta de bullicio. Yo me estremecí, como si un montoncito de alfileres transparentes  me abrasaran la piel.

viernes, 18 de marzo de 2016

CALLES DESIERTAS DE SILENCIO

Esa noche las calles estaban desiertas de silencio. El frío parecía un montoncito de alfileres transparentes atravesando la piel. Las personas se aglomeraban enfrente de la taquilla para darse calor. Los hombres fumaban y las mujeres sacaban de sus bolsos los lápices labiales y se retocaban constantemente el color. Era mayo. La calle estaba más bulliciosa que de costumbre. Los automóviles recorrían la velocidad como si fueran un relámpago de luz. Las luces de neón hacían que todo pareciera una fiesta, incluso el frío amainaba ante los ojos, pero la piel seguía sintiendo su filo.

Me detuve ante un afiche de Marlon Brando. Sus ojos me vieron con intensidad. Su mirada tenía un aspecto descarado, como si me retara a dejar de lado mis prejuicios para que le estampara un beso en esa boca que siempre me había gustado.

Hubiera sido muy fácil acercarme y posar mi boca en esa boca que me sonreía, pero no lo hice.  En el último momento me detuvo la certeza de que ese beso no sabría a beso, sino a papel. Entonces me acerque a Simón y a Gonzalito y tomándolos del brazo los llevé a comprarme unos churros y un chocolate caliente.

Los churros chirriaban al caer sobre el aceite. El vendedor los embadurnaba con miel y con chocolate y mi boca se relamía anticipándose a la sabrosura. Me negaba a pensar en los gorditos que estaban a punto de hacerme saltar los botones de la blusa. Un bocado a la vez, pensé y me consolé al creer que la dulzura del chocolate haría que se me acabaran los cargos de conciencia.

Simón y Gonzalito, en cambio, no tenían ningún reparo ante la glotonería. Estaban convencidos que la vida podía terminarse mañana mismo y que si no se apañaban de cuanta comida fuera posible, irremediablemente en el otro mundo pasarían hambre. Mis amigos eran contradictorios y muy simples. Pero a mí me era difícil conciliar su creencia de que con la muerte se acababa todo, con ese afán de proveerse de comida para el más allá.

Sus cuerpos reaccionaban de diferente manera ante la comida.

Gonzalito era flaco y extremadamente alto. La comida no dejaba ni un solo rastro en su cuerpo. Era como si le pasara de largo. Y como daba la impresión de que siempre estaba muerto de hambre, inalterablemente despertaba la ternura en las mujeres y un ansia de alimentarle el cuerpo y el estómago de paso. Era impensable que algún día amaneciera solo en su cama. Gonzalito parecía un gato que iba y venía de y por las casas vecinas, sin compromiso alguno. Sin involucrar el corazón, solo la creatividad de sus manos capaces de hacer sentir cualquier cosa. Eso era lo que decían las malas lenguas. Yo nunca pude comprobarlo.

En cambio Simón, era como un barrilito que siempre daba de sí y aunque parecía que en cualquier momento estallaría, seguía comiendo con el mismo apetito con el que había empezado. Verlo comer era un hermoso espectáculo. Su entusiasmo era tal, que solo con verlo se me evaporaban las ganas de comer. Simón no tenía prejuicios para la comida. Le daba lo mismo lo salado que lo dulce o lo amargo que lo ácido.  Para él, todo en el mundo se comía y todo era digno de su gusto y atención.

Pero como pasaba casi siempre, esta noche, una buena parte de mi churro y de mi chocolate terminaron en su boca, mientras yo sacaba mi labial y recuperaba alegremente la artificialidad de mis labios. Me sentí bonita con mi nuevo flequillo que ocultaba ese despreciable lunar estampado en el medio de la frente, con el que siempre me topaba de golpe al mirarme en el espejo. Con el entusiasmo de una colegiala que había decidió tirar a la borda los estudios y dedicarme a la vagancia,  seguí a mis amigos entrañables a comprar los boletos de esa película con la que esperaba llorar a moco tendido. Sin disimular la excitación por el dramón que estábamos a  punto de ver, nos encaminamos a las últimas butacas, donde podríamos llorar sin contemplación alguna.

Afuera el frío y el bullicio se fundían como si fuera uno solo.



lunes, 22 de febrero de 2016

EL DESPERTADOR NO FUNCIONÓ A TIEMPO


Miró sus zapatos y sintió que recibía un baño de agua fría. El traje sastre de color gris y la blusa de sedalina blanca estaban impecables.  Su cabello tenía un orden perfecto y el rojo de las uñas y de sus labios combinaba a la perfección con los zapatos. Eso había creído hasta el momento  en que se dio cuenta de que sus zapatos no hacían pareja entre sí.

El pulso se aceleró en sus venas y sintió que ya no sería capaz de pensar con claridad. El tic del ojo izquierdo  aparecería en cualquier momento, junto a las ganas incontrolables de orinar.

Se sentó en el sillón más alejado del salón y trató de ocultar uno de sus zapatos detrás del otro. Era casi imposible que sus zapatos pasaran inadvertidos y Anastasia sentía que todos los ojos estaban puestos en ellos.

 ¡Era inconcebible que esto le hubiera pasado a ella! Precisamente a ella. Tan pulcra siempre. Tan cuidadosa de los detalles. Tan dada al buen gusto y a la perfección.

¡Si tan solo el despertador hubiera funcionado a tiempo y no hubiera tenido que vestirse con rapidez para llegar a tiempo a la entrevista! ¡Si no necesitara tanto el trabajo! ¡Si pudera salir corriendo de esa habitación para esconder sus horrorosos zapatos!

El sudor se acentuaba en su frente y ya  empezaba a sentirlo en el cuello.  Estaba convencida que cuando la llamaran para presentar la entrevista, no sería capaz de ponerse de pie y quedar expuesta ante todas esas hermosas mujeres que buscaban el mismo trabajo que ella.


La puerta se abrió y apareció una sonriente y desinhibida jovencita que lucía unos zapatos que tampoco hacían pareja entre sí. Se veía tan cómoda y segura de sí misma, que sin darse cuenta, Anastasia cruzó las piernas para que todo el mundo viera lo bien que se veía con un zapato rojo y otro morado

martes, 2 de febrero de 2016

SIN UNA LUZ

Fotografía: Araminta Gálvez.
Se detuvo frente a  la puerta. En seco.

Era de roble macizo. Añosa. Imponente. Una puerta batallón. Casi infranqueable.

Los murmullos se fugaban por las rendijas y llegaban hasta sus oídos.

Le golpeaban el corazón.

Si tan solo no hubiera despertado esa mañana con un presentimiento. Si no fuera viernes 13. Si ese maldito gato no se le hubiera atravesado en el pensamiento.

Pero claro, estaba allí. Fiel a sus presagios. Con el miedo atravesado en la caja del pecho. Sin una luz que lo salvara de su oscuridad.

Ahora ya solo le quedaba una certeza.

Definitivamente hoy, tampoco podría declararle su amor. 

domingo, 24 de enero de 2016

NO HUBO PALABRAS

Se acercó con sigilo para no alertarla, pero su aliento a ginebra se le adelantó. Mariana se tensó, pero no dejó de planchar la camisa.  Una y otra vez pasó la cara caliente de la plancha tratando de terminar con las arrugas invisibles.

Julián se detuvo a pocos centímetro de ella. Se desabotonó la bragueta. Levantó la falda de popelina de la mujer. La abrazó por la cintura y con el miembro erguido arremetió por entre la ropa interior y la penetró sin ningún preámbulo.

Mariana se mordió los labios para no gritar. El dolor era intenso y sangrante.

No hubo palabras. No hubo resistencias ni jadeos. Solo posesión, solo imposición.

El acto fue rápido pero el dolor le duraría toda la noche y seguramente todo el día siguiente.

Como tal cosa, Julián se metió la camisa dentro del pantalón y cerró su bragueta. Caminó hasta la cocina y destapó la olla que estaba sobre la hornilla. Agarró una cuchara, y durante un buen rato estuvo con la cuchara de la olla a la boca.


Mariana terminó de planchar la camisa. Debía ir por los niños a la escuela. No tenía tiempo para llorar. Mañana, con un poco de suerte, tendría tal vez, un mejor día.

jueves, 14 de enero de 2016

ESPIGA DESNUDÁNDOSE EN UN CIERZO

Fotografía: Araminta Gálvez




Se cae azul el pájaro en sus ojos
tiñendo la alborada con trinares,
llenando de colores los manojos
de jaulas, versos, sombras y collares.

Urdiendo en vuelos arduos y complejos
quebrando vientos ágiles, serenos
dibujando siluetas con bosquejos de diosas griegas, cálices y truenos.

Se funde con su cuerpo como sombra
de espiga desnudándose en un cierzo
tendiendo la mirada que le asombra

en las alas serenas, sin esfuerzo,
que amortiguan sus iris cual alfombra
convirtiendo su ser, en su universo