Miró sus zapatos y sintió
que recibía un baño de agua fría. El traje sastre de color gris y la blusa de
sedalina blanca estaban impecables. Su
cabello tenía un orden perfecto y el rojo de las uñas y de sus labios combinaba
a la perfección con los zapatos. Eso había creído hasta el momento en que se dio cuenta de que sus zapatos no
hacían pareja entre sí.
El pulso se aceleró en sus
venas y sintió que ya no sería capaz de pensar con claridad. El tic del ojo
izquierdo aparecería en cualquier
momento, junto a las ganas incontrolables de orinar.
Se sentó en el sillón más
alejado del salón y trató de ocultar uno de sus zapatos detrás del otro. Era
casi imposible que sus zapatos pasaran inadvertidos y Anastasia sentía que
todos los ojos estaban puestos en ellos.
¡Era inconcebible que esto le hubiera pasado a
ella! Precisamente a ella. Tan pulcra siempre. Tan cuidadosa de los detalles.
Tan dada al buen gusto y a la perfección.
¡Si tan solo el despertador
hubiera funcionado a tiempo y no hubiera tenido que vestirse con rapidez para
llegar a tiempo a la entrevista! ¡Si no necesitara tanto el trabajo! ¡Si pudera
salir corriendo de esa habitación para esconder sus horrorosos zapatos!
El sudor se acentuaba en su
frente y ya empezaba a sentirlo en el
cuello. Estaba convencida que cuando la
llamaran para presentar la entrevista, no sería capaz de ponerse de pie y
quedar expuesta ante todas esas hermosas mujeres que buscaban el mismo trabajo
que ella.
La puerta se abrió y
apareció una sonriente y desinhibida jovencita que lucía unos zapatos que tampoco
hacían pareja entre sí. Se veía tan cómoda y segura de sí misma, que sin darse cuenta, Anastasia cruzó las piernas para
que todo el mundo viera lo bien que se veía con un zapato rojo y otro morado
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