Se acercó con sigilo para no alertarla, pero su aliento a
ginebra se le adelantó. Mariana se tensó, pero no dejó de planchar la
camisa. Una y otra vez pasó la cara
caliente de la plancha tratando de terminar con las arrugas invisibles.
Julián se detuvo a pocos centímetro de ella. Se desabotonó
la bragueta. Levantó la falda de popelina de la mujer. La abrazó por la cintura
y con el miembro erguido arremetió por entre la ropa interior y la penetró sin
ningún preámbulo.
Mariana se mordió los labios para no gritar. El dolor era
intenso y sangrante.
No hubo palabras. No hubo resistencias ni jadeos. Solo
posesión, solo imposición.
El acto fue rápido pero el dolor le duraría toda la noche y
seguramente todo el día siguiente.
Como tal cosa, Julián se metió la camisa dentro del pantalón
y cerró su bragueta. Caminó hasta la cocina y destapó la olla que estaba sobre
la hornilla. Agarró una cuchara, y durante un buen rato estuvo con la cuchara
de la olla a la boca.
Mariana terminó de planchar la camisa. Debía ir por los
niños a la escuela. No tenía tiempo para llorar. Mañana, con un poco de suerte,
tendría tal vez, un mejor día.