Fotografía; Araminta Gálvez |
Siria
se deshizo de las malas miradas de la fotografía que colgaba de la pared, y
entretuvo las horas silbando una canción derrumbada por el dolor de un amor
abandonado.
Su
cabellera ya no lanzaba destellos rojos, ni serpientes somnolientas. Ahora se
le derramaba por el cuello en un giro voluptuoso de cronopios multicolor.
Le incomodaba
saber que una de sus medias, la izquierda para ser exactos, estaba raída justo
en la pantorrilla y el Quijote se dio cuenta de ello, pero trató de disimularlo
y sin más preámbulo se enfrentó con sus molinos.
La
joven se ató la vergüenza al rostro y con disimulo trató de poner una a una,
las margaritas y los claveles, en el florero que esa mañana había visto en el
estante de la tienda de ambigüedades.
Llegó
la tarde de romplón.
El
sofá se le insinuó junto a la ventana a Fermín. Los pájaros cayeron como frutos. La luz
invade la penumbra del recuerdo y aparecen los pecados que alguna vez
quisieron olvidarse. Agobia el olor a café y a pan con mermelada de las
vecindades del olvido.
Los sartenes charlan en la cocina, el reloj hablafuerte con su voz metálica, las noticias cuentan los
muertos por docenas y Kant, Freud, y La Fallete, le
abren un agujero negro a la censura cósmica.
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