martes, 12 de agosto de 2014

LA FOTO VIEJA

Desde la estantería de ciprés, la imagen de la fotografía descolorida me observa. Siento sus ojos persiguiéndome con insistencia por toda la habitación. 
Es el único recuerdo que me queda de papá y cuando la veo, no puedo diferenciar con exactitud cuál de las dos es más vieja, si la foto o su cara. 
Es una fotografía antigua, en sepia, de papel grueso y quebradizo, con manchas oscuras de antiguas humedades que se funden con el follaje de los dos cedros que papá tiene a sus espaldas. 
La cara de papá está surcada de caminos profundos que vienen y van por su frente, por sus cachetes y su cuello. 
Todos los días, mientras envejezco,  me quedo largo rato frente a ella para encontrar la ternura en sus ojos inyectados de sangre y miel. En su sonrisa encuentro todavía ese rictus de consuelo que siempre me acompaña. No obstante, tengo miedo que con el paso del tiempo se decolore más su imagen y se borre del papel, como de mi recuerdo.

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