Fotografía: Araminta Gálvez |
Con la anchura de las palabras me alfombraste el alma, y no me importó
que el frío hiriente del tiempo incrustara sus agujas en mis huesos.
Tampoco me
importó ver cómo se cerraba la puerta del desaliento tras mi espalda.
La semilla cayó en tierra fértil y mi cuerpo se desbordó de
vida.
La esperanza torturó con insistencia a
la noche engarrotada en mi camino. Fue su verdugo hasta que la sintió
crepitar en abandonos, entregándose sin resistencia ante su brillo.
Entonces
mi vigilia se proyectó hacia tu sombra. Mis tímpanos se abrieron a tu voz y en el subsuelo de los siglos sigue vibrando en mi memoria.
Corregí el rumbo de mis sentimientos y los
dirigí hacia el abismo de tus ojos. Y me entregué a ellos de por vida.
Palpitó
la tierra bajo nuestros pies y en el destino, nuestras raíces se encontraron.
Sin karma, sin dolor, sin renuncia. Tus ojos anclados en mi puerto.
Era otoño.
Las buganvilias se enfrentaban a un suicidio irremediable. Se desprendían sin futuro y sin verdor. Los muñones de sus ramas, desesperadas por la ausencia, reventaban en brotes como pústulas en flor. Se torturaron con vida demorada en clorofila.
Heridos de vida… como yo de ti.
Era otoño.
Las buganvilias se enfrentaban a un suicidio irremediable. Se desprendían sin futuro y sin verdor. Los muñones de sus ramas, desesperadas por la ausencia, reventaban en brotes como pústulas en flor. Se torturaron con vida demorada en clorofila.
Heridos de vida… como yo de ti.
Una prosa poética muy convincente, querida Araminta. Y un blog muy lindo.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias querido José, me ha costado encontrarle una personalidad a mi blog y por eso son los intentos pero si tu dices que está lindo me quedo con él. Un abrazo cariñoso.
ResponderEliminarSe me da muy bien, amiga.
ResponderEliminarBeso
Genial José, gracias. Abrazos.
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