Abrió la mañana con los ojos niquelados de estupor
por los sueños que la habían sumergido en aguas turbulentas e insondables.
Su vientre mariposeaba herido por los deseos
satisfechos.
Los besos le tatuaban el cuerpo como pecados
frescos, deleitándole todos los sentidos.
Se recreó con las sensaciones vividas.
Las rememoró largamente.
Con los ojos cerrados. Con los ojos abiertos. A
media luz. A sol entero derramándose a sus anchas por sus riberas vírgenes
todavía.
Desayunó gloria y pan tostado con mantequilla y la
sintió derretirse entre su lengua y su paladar, como un sortilegio de ansias y
luz.
Se ruborizó por la alegría de su cuerpo abierto.
Explayado. Propuesto y dispuesto al descubrimiento.
Se sedujo ante el espejo con la iridiscencia del
nacimiento todavía tímido de sus pechos y la felicidad en pleno se derramó sin
consideración en su rostro.
La luz migró del asombro al estupor
en un festín floreciente de aspavientos…
de rutas perdidas que arrastraban
transparencias
de cangrejos y botellas mensajeras.
Azotaron sus ojos las dunas,
las promesas
y los vuelos de las águilas que raudas y
veloces
atrapaban el espacio entre sus brazos...
Se vistió rápidamente con el uniforme a cuadros.
Estiró las calcetas sobre sus piernas niñas todavía y estrellando su reflejo
con una última mirada en el espejo, emprendió la carrera para llegar a tiempo a
la escuela y a su infaltable cita con la vida.
Amiga Ari, me encanta esto. ¡Que gran placer es leerte!
ResponderEliminarUn gran abrazo
Gracias mi querido José, si supieras lo que a mí me gusta verte. Te dejo un abrazo grande.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUn hermoso e intenso relato poético. Sonrío al leerlo pues me hace recordar ese momento que creo toda mujer ha vivido. Me encanta. Un abrazo.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado Lumy y gracias por aceptar mi invitación y llegar, eso es genial. Un abrazo.
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