miércoles, 13 de marzo de 2013

Y ENGAÑÓ HASTA AL MISMO DIOS

Siria tenía actitud y unas enormes ganas de cantar. Cuando dejaba de intentarlo su garganta le dolía y las canciones se le acumulaban en fila impidiendo su desahucio. Y entonces cantaba a boca de jarro. Sin tapujos. Sin vergüenzas.
Pero Siria no tenía ritmo en la voz, ni en el camino, ni en la forma de aplaudir, ni siquiera en la manera de masticarse la vida. Iba desentonando siempre con todo y con todos. Incluso su corazón la traicionaba y a veces hasta se olvidaba de repartir la sangre por su cuerpo y otras veces se le derramaba en cascadas de brutal rubor y se ponía colorada como un jocote  jugoso.

Siria sentía que desentonaba en desenfrenos. Siempre estaba fuera de lugar. Pero aún así, a contracorriente, suspiraba y se inventaba un ritmo propio. Aprendió a cantar sin cantar y cosa sorprendente, se las agenció para ser parte del Coro de la Iglesia y engañó a todos, hasta al mismito Dios. Movía la boca con una precisión envidiable y acallaba los sonidos sin piedad. Nunca desentonó. Nunca fue motivo de un llamado de atención y a decir del director, Siria cantaba como los propios ángeles. Y superó el desarrollo como la mejor, sin desentonos, sin gallos, sin sonidos.

Y en las fiestas, Siria era en sí misma una fiesta. Siempre estaba en el clímax de la alegría. En la cúspide de la felicidad.

Cuando Siria murió llegaron mundos de gente a su entierro y el silencio les dolía en los oídos y su ausencia se hacía dolorosamente presente. Parecía que la fiesta y la alegría habían muerto con ella y nunca nadie se entero que a la tumba también se había llevado su secreto mejor guardado.
Siria era muda.



Marzo 2013.



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