Al sentir ese putrefacto olor, mezcla de desechos humanos y carne en
descomposición, sentí la urgente necesidad de vaciar allí mismo la chuleta de
cerdo y sus maravillosas grasas y el puré de papas degustado hacía no mucho.
Ahora de nada servía el arrepentimiento por mi voracidad durante el almuerzo.
Las arcadas se intensificaban y era casi inútil mi esfuerzo por contenerlas.
El amor aquí nada tenía que ver.
Dejé de respirar, desesperada para no sentir esa hedentina, obligué a
mis pensamientos
a transportarme a otro
lugar.
Las montañas delineadas en la distancia fueron mi
salvación.
Las imaginé emborrachadas de trinos, frescura y semillas que en sus
entrañas ocultaban bosques enteros.
Intuí su frescura y esa brutalidad de olores a tierra húmeda,
descompuesta y configurada por millones de vidas minúsculas que morían y
sobrevivían devorando y siendo devoradas.
El rocío, con sus caudales de brillos e iridiscencias, se posaba en el
temblor de las hojas, al tiempo que el sudor irreverente se deslizaba hasta la
división de mis pechos, estremeciendo mi soledad.
Relajé cada uno de los músculos y órganos de mi cuerpo.
Sentí las paredes de mis costillas abrazándome el corazón.
Escuché su ritmo de percusión mientras me drenaba la vida.
Tomé conciencia del estallido de ruidos secretos que abarrotaban mi
abdomen.
Me identifiqué con la suavidad de líquidos que amortiguaban mis ojos
defendiéndolos
del impacto de luz y color, que sin misericordia, constantemente me
poseían.
Sentí la suavidad de mi sexo abierto a esas tenues palpitaciones
que lo aletargaban unas veces y otras lo hacían desfallecer.
Desesperada por la falta de oxígeno, en un acto de valor extremo y por
no tener otra salida; me enfrenté abruptamente a la repulsión y al asco
incontenible del putrefacto cadáver que yacía desnudo, invadido por
pequeños fantasmas que ya habían colocado su bandera de podredumbre y que a
fuerza de pestilencias y excrecencias, declaraban ese territorio como
suyo.
EL CUERPO ESTABA TOMADO Y MI AMARGURA
TAMBIÉN.
Lo observé aparentando seguridad, manipulando mis emociones y desviando
los sentimientos hacia el rincón del intelecto y la cordura.
- Ese hombre no podía ser el cuerpo al que me había abrazado pocos días atrás, aletargada y completamente desposeída de resistencias.
- § Ese hombre no podía ser el mismo que me impregnó de su olor y de sus palabras exactas en el momento preciso.
- Ese hombre no podía ser el mismo que me arrancó la vida y que me la devolvió desbordada de placer y sensaciones.
Era imposible.
Inconcebible
Pero sin
duda... Era ÉL.
Firmé la hoja de identificación y esta vez, no tuve que hacer ningún
esfuerzo para imaginarme un mundo vivo, porque aunque te parezca irónico, vida
mía, tu cuerpo, tu maravilloso cuerpo, ahora es lo más cercano a un bosque, en
el que millones de vidas minúsculas te sobreviven...
devorándote…
Octubre 2012
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