Los goterones transparentes caían de la ducha
prominentes y abundantes, envolviéndole el cuerpo de frescura. Con el jabón
masajeó tenazmente sus piernas, abdomen y nalgas, confirmando que el tono
muscular estaba intacto. Se enjabonó con afán las axilas y la nuca y se detuvo
largamente en el torso amplio y poblado con vellos rizados que cubrían sus
tetillas. Su miembro, desatendido por un largo momento, dobló la cerviz,
alicaído, sintiéndose suplantado por otros quehaceres menos satisfactorios. Del
glande rosado y jugoso brotaba un hilillo de agua que en su recorrido
precipitado e incontenible hacia el alcantarillado, reflejaba los pescaditos
azules y naranjas que pringaban la cortina.
Su cuerpo, el de ella, se relamió de placer en las
honduras burbujeantes del jacuzzi. Sus manos tenían la independencia y
sabiduría necesaria para encontrar y redescubrir en su cuerpo, cada una de las
esquinas del placer. Su clítoris se entregaba complaciente y complacido a sus
dedos, como un botón buscando ser soltado del ojal para explayarse en sensaciones
mortales y benditas. Los ojos cerrados. La luz tenue. Los aceites
aromáticos lubricando sus sentidos. El cuerpo aletargado de espasmos y
sacudidas provocadas diestramente por sus manos y evocadas y multiplicadas por
sus deseos incontenibles al compás de Haydn rebalsando los silencios y todos
sus sentidos, con su piano.
Salió de la ducha goteando y encharcando el parqué.
Se secó con esmero la entrepierna congraciándose de nuevo con su pene que
empezó a llenar sus venas con una sangre feliz. La maravillosa posibilidad
quedó solo en conato. Secó su cabello y axilas y en un gesto de pudor inusual,
envolvió la toalla alrededor de su cintura mientras bailaba salsa acompañado de
Juan Luis Guerra y su pecera. Con el desborde de movimientos las últimas gotas
de agua saltaron alegremente de sus cabellos. Frotó con pasión sus pies,
poniendo especial atención en el medio de sus dedos. Pese a todo, una felicidad
indescifrable lo abarcó rebalsando sus sentidos.
Apagó la última vela y mientras el jacuzzi se
vaciaba con un ronroneo de espuma, sintió que ella también se vaciaba de olvido
y soledad. Su cuerpo, con desmayo y lasitud por el agua caliente y los orgasmos
continuados, se renovó con energía y disponibilidad, gracias a la certeza del
inminente encuentro que le permitiría sustituir de una vez por todas, el frío e
impersonal consolador, por un trozo de carne firme, vital, erecto, prometedor,
complaciente y cumplidor. Salió desnuda, y parándose sobre una toalla esperó
que el agua escurriera por su cuerpo. Al ver sus pechos pequeños y turgentes y
el pubis enmontañado con vellos dorados adornados con minúsculas gotitas, deseó
hacer el trabajo manual otra vez, pero se contuvo, enfocando su atención en el
cepillado puntual de su cabello.
Vestido con la elegancia y comodidad que lo
caracterizaban, sacó la billetera de su cazadora para corroborar su contenido.
Documentos de identificación, dinero en efectivo, tarjetas de crédito, licencia
de conducir, llaves del coche y del apartamento, preservativos, mentas… Revisó
ante el espejo su apariencia y el resultado fue gratificante a sus ojos.
Sin pecar de narcisista tenía la certeza que era un tipo irresistible
para la mayoría de las mujeres y para muchos hombres también. Todo parecía
perfecto y prometedor. —La vida es corta y una cogida de cuando en cuando
no le cae mal a nadie, -pensó sonriendo mientras le daba una rápida mirada a su
apartamento antes de salir a encontrarse con Nerea.
Amorosamente desempacó el precioso conjunto de
tanga y brassier comprado expresamente para su encuentro de esta noche.
Se puso la tanga pensando solo en el momento en que Fausto se la quitaría y
comprobó que le quedaba regia, a pesar de que con ella se sentía desnuda. Esto
no le importó. Quería desinhibirse y actuar sin conservadurismos. Ajustó los
tirantes del brassier y cuando se vio al espejo se encontró atractiva y
sensual. Se metió dentro del vestido de un rojo naranja intenso, de corte
simple, sin mangas y con un zíper largo y fácil de maniobrar. Revisó
minuciosamente sus piernas comprobando la perfecta depilación. Las medias
le quedaron como una segunda piel y al sujetarlas con las ligas se sintió
prostituida y feliz. Sonrió tratando de aplacar su ansiedad. Adornó sus orejas
con los amuletos para su buena suerte, los zarcillos de jade con figura
de delfín y con discreción perfumó sus zonas erógenas que en pocos
minutos estarían desbocadas.
Antes de cerrar la puerta, los ojos de Fausto
repararon en los frascos de combinaciones de antirretrovirales, que como un
imán mortal, lo atrajeron desde la mesita auxiliar de la sala. Un rictus
indescifrable cambió su expresión. Con un gesto decidido abrió la billetera,
sacó los preservativos y los tiró con desprecio sobre el sofá.
—La carne con carne sin emplasticar es mucho más
sabrosa, -dijo con una sonrisa torcida y agregó con un tono hueco y sarcástico
-, el sexo es como la ruleta rusa, o la contagio... o la embarazo... o tiene
suerte y del gozo no pasa.
Un excitante aroma de Lacoste embargó el elevador
en el que Fausto se conducía al quinto piso. En su apartamento Nerea se
doblegaba como una flor ante la espera.
Araminta Gálvez
Junio 2012
Un sorprendente relato, que nos conduce a la imaginación, ...Qué pasa dentro del apartamento??? ... También nos permite hacer una pausa en cuanto a los riesgos de jugar a la ruleta rusa.
ResponderEliminarTotalmente encantada con tu escrito. Felicidades
Me alegra que te haya gustado. Besos grandes
ResponderEliminar¿Por qué no seguiste, Araminta? Venía tan, pero tan interesante que ansiaba saber cuál sería el desenlace.
ResponderEliminarAsí, quedó como un estimulante para el autogoce... y nada más.
La verdad es que sos una genia para llevar al lector donde querés. Un gran abrazo y beso
Que maravilla verte aquí Martha querida, es un gusto grande recibir la amabilidad y dulzura de tus comentarios. Espero que me visites en abundancia para seguir recibiendo tu energía y tus ojos. En algún momento haré la segunda parte de la ruleta. Gracias por tu apreciación y me has llenado de alegría el día. Besos.
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