Paca tiene espinillas
en la cara y tristeza en el corazón. Los años le caen como tempestades de
lágrimas sin velas para apagar. Pero la soledad se le arrinconó en sus manos
sabias para tejer suéteres y bufandas multicolor y para acariciarse y darse
consuelo. Paca tiene ojos de tuyuyú y suficiente serenidad para machucar las
cucarachas que encuentra en su alacena. También mata serpientes y hace el dulce
de coco más sabroso que he probado en mi vida. Pero Paca tiene un enorme
problema: las sillas y las puertas y hasta su cama, ya le quedan chicas. Sus
nalgas crecen y crecen y crecen cada vez más y no hay silla que la aguante ni
puerta que la deje pasar de frente. Por eso ahora Paca se sienta en el suelo,
sobre el patio y allí pasa horas y horas viendo las nubes pasar y sueña
que se convierte en libélula con aspiraciones de águila y vuela tan alto que
llega hasta donde la altura tiene su fin y descubre esos mundos que ocultan las
personas en sus mentes. Y es que la imaginación de Paca es fantástica y
demoledora. Igual que recrea amorosamente una imposible historia de amor,
estruja sinsentidos en la cabecera del olvido. Para Paca la muerte y la vida no
tienen fronteras y no necesita leer libros para conocer las historias más
excelentes del mundo. Paca las inventa y las vive sin abstinencias de ningún
tipo. Paca es fantástica. Y cuando su risa se arrepiente de estallar le entran
confrontaciones de hastío y los aguaceros se le escapan por los ojos. Entonces
viene la debacle. Y se inundan de sombras los espejismos de luz. Y se desbordan
las auroras boreales en colores resquebrajados sin primor. Y la inconsistencia
de la nada adquiere presencia de estupor. Y el aniquilamiento de las palabras
se magnifica en su voz. Y ni siquiera la posibilidad de destripar una cucaracha
le devuelve la alegría. Ahora Paca está triste. Se le nubló el corazón con
piruetas de dudas. Las manos se le llenaron de azacuanes y el corazón se le
estropeó. Paca hoy ha dejado de sentir.
Noviembre 2012
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