Su vientre es redondo y duro.
Es como si el planeta entero
se le hubiera acomodado en ese espacio reducido, de palpitaciones leves, de
transformaciones prematuras. Y le pesa tanto, como debe pesarle el mundo al
suicida que se desbarranca por el camino menos fácil.
Todo es incomprensible.
Diez
años no alcanzan a entender la violencia de las garras lacerando su
niñez. La lengua avariciosa se refocila con su cara, con su cuello… y su
ombligo se estremece y le vienen ganas
de no sé qué… Es un miedo oscuro lo que
le tapa la garganta y no puede gritar. Ni
siquiera vomitar cuando siente la lengua hurgándole los rincones de su
boca.
La vida era plena y vestida de luz. El camino llevaba a todas partes y los sueños
se alcanzaban con solo cerrar los ojos y soltar la risa. Ahora siente un ser
extraño en su cuerpo. Cuando está queriendo dormir oye un corazón que no es el
suyo. Entonces aprieta los ojos y se tapa los oídos, pero los sonidos le vienen
de adentro. No encuentra acomodo. Le duelen los pechos y piensa que son dos
granos grandes a punto de reventar.
Entre náuseas y mareos le entran ganas de jugar y entonces,
como por arte de magia, se olvida de esa cosa que se le mueve adentro
mientras mece a sus muñecas y les cambia
los pañales. Pero los pasos se acercan y
de nuevo estremecen su ser. La noche llega y con ella el miedo otra vez será su
cobija.
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