Fotografía: Araminta Gálvez |
Los olores de la cocina llegan a mi nariz puntuales en sabrosura.
La canela es tan fina como un violín afinado en una esquina de luz.
El azafrán me hace pensar en David, con su risa ronca y ese afán de agotar los momentos con las manos ávidas de caricias.
Estornudo con la pimienta y simultáneamente pienso en la noche que se escondió en uno de mis recuerdos de la infancia.
La calma está tendida afuera. Plácida en serenidad. Un grillo la alborota por momentos y el desconcierto gira noventa grados hacia el sur. La escafandra se despierta de sus profundidades de soledad y por una fracción de segundo, se imagina volando lejos del tiempo.
Estoy aniquilada por la luna, que arriba del tejado, pende redonda de mis ojos
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