Fotografía: Araminta Gálvez |
Fumó un cigarrillo, recorrió el pasado experimentado días atrás en el parque abarrotado de soledad y esperó pacientemente a
que el café humeante en nostalgias le llegara de la mano peluda del mesero, advirtiendo de paso, cómo la
mujer de al lado colocaba su miopía en el menú y sus ansias en las rodillas del vecino.
Samuel decidió acostar la flor en
la mesa de luz de su memoria y como al descuido, asaltó su mente con momentos,
imágenes, recuerdos y extravagancias de cronopios, claroscuros, telescopios y
fraudulentas botellas de soda, ocultando en su fondo el añorado coñac de la madurez todavía por venir.
Los crujidos de la mecedora se mezclan con las
charlas ajenas. Desde su óptica de hombre adusto y sensible a la vez y su afinidad política con el
Che, Pol Pot y Husein, se adhiere al pensamiento universal de la palabra, que vuela, cual
libélula azul, atada al horizonte de la luna.
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