lunes, 1 de septiembre de 2014

CENTENARIO DE LOS GRANDES



Los cuatro hombres llevaban un buen trozo de eternidad sentados en media luna, sin gran cosa que hacer, más que contemplar el universo y zambullirse de vez en cuando en la nostalgia, rememorando uno que otro verso, alguna cita, un texto que dejaron sin terminar o una metáfora sugerida por ese estado de placidez que tan bien le hacía a sus espíritus.

Se habían desentendido por completo del mundo que seguía hirviendo en algún espacio del cosmos.

Ya no mantenían las efervescentes discusiones acerca de las contradictorias decisiones de la RAE ni se ofendían por los exabruptos que la tecnología estaba cometiendo con el idioma.

Tampoco se entretenían viendo los esfuerzos de los escritores nóveles por alcanzar un lugar en la memoria de la historia. Habían superado ya ese sentimiento de orgullo por haber trascendido a través de sus escritos.

El silencio era la constante en sus almas, por eso, cuando Cortázar habló, su voz se expandió como la luz en el vacío.

¡Llueva, truene o relampaguee, hay que celebrarlo! —dijo rotundo, con esa manía tan suya y tan arraigada de apretar la boca como si todavía sostuviera el gauloises entre los labios. Su ceño se hizo más profundo y por un breve instante, apareció en su iris el color de los ojos de cada amor que había tenido en su vida.

Sacudió el mechón que colgaba en su frente, expulsó la bocanada de humo inexistente y cambió con decisión la expresión y el tono de su voz agregando. —.No todos los días se cumple un centenario de haber nacido ¿o sí?

Efraín Huerta se descompuso, hizo el gesto de colocarse los anteojos sobre la nariz y se desconcertó al no encontrar ni anteojos ni nariz, entonces se le plantó enfrente a Cortázar gesticulando con exageración.

—¡Me parece una aberración lo que acabas de decir! ¿Cómo te atreves a proponer semejante cosa? ¡Celebrar nuestro centenario de haber nacido! ¡No te das cuenta que no es lo mismo estar vivo que estar
muerto!... No hay un imperio, no hay un reino, tan solo el caminar sobre su propia sombra, sobre el cadáver de uno mismo al tiempo que el tiempo se suspende...

Calma, calma señores, que no se alebresten los ánimos—dijo conciliador Octavio Paz—. El tiempo al fin es una categoría superada. Aquí no existe el tiempo para ninguno de nosotros. ¡Un centenario! ¿Qué cosa es? Un cuerpo frente a frente a veces son dos olas y la noche es océano. Dos cuerpos frente a frente a veces son dos piedras y la noche desierto. Dos cuerpos frente a frente a veces son navajas y la noche relámpago.

Octavio tiene toda la razón —argulló José Revueltas caminando de un lado a otro de la nube mientras jugueteaba con su barba inexistente y observaba los planos y contra picadas que podría hacer desde esa
altura, (si tan solo tuviera ojos, manos y una betacam).

Suspiró y se concentró en argumentar su punto de vista acerca de la celebración.

—Yo estoy aquí. Nadie me quiere aquí, yo lo sé. Nadie quiere que me vaya de aquí, lo sé también. No quiero que nadie venga y nadie se retire.

Estoy aquí.


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