Prendí la radio y se encendió el aire. ¡Y todo fue una
completa locura!
Mi hermanito, “el genio”, como se hacía llamar, había cambiado y enloquecido los comandos y
los controles de todos los aparatos de
la casa y ahora, nos enloquecía a nosotros también.
De un tiempo para atrás,
era una odisea aventurarse a encender cualquier botón por sencillo que fuera,
porque en casa, cualquier cosa podía pasar.
El horno tostador se convirtió de la noche a la mañana en
despertador y en lugar de sacar un pan tostado como debía de ser, sacabas un
cucú embadurnado de hollín. ¿Y qué me
dicen del extractor de humo que pasó a ser el timbre, mientras el timbre se
convirtió en el control de la televisión? Era una tortura tener que salir a la
calle a tocar el timbre “de nuestra propia casa”, cada vez que queríamos
encender la televisión o cambiar algún canal. ¡Y lo peor que podía pasarnos,
era que justo cuando papá veía su partido favorito, llegara visita, tocaran el
timbre y sin querer cambiaran de canal y nos perdiéramos el gol! ¡Allí sí que se armaban la de San Quintín!
Todavía me parto de la risa al recordar a papá empapado
en medio de la sala. Mamá activó la aspiradora y el agua salió a borbotones
diluviando a papá. La explicación de Danielito fue desfachatada.
—Mamá, tú no te fijas en
nada, mira, allí dice ducha —y señalaba un rótulo escondido en el mango de la
aspiradora.
Al verle su hermosa
carita, todos nos quedábamos sin poder reaccionar. ¡Y entonces nuestra casa se
convirtió en una casa minada! Nadie sabía con qué se encontraría.
Danielito nació
con las tuercas del cerebro confundidas y transformaba todo lo que tocaba en un
desastre. ¡Y hoy yo estaba desesperada! Mi programa favorito empezaba en 10
minutos y no encontraba solución. Mi maravilloso
radio a transistores, que ahora era aire acondicionado, impulsaba con fuerza todo
lo que encontraba mal puesto ¡Y todo salía volando! Las páginas de la novela que
estaba escribiendo andaban por el aire con periódicos, cartas, billetes, pañuelos
de seda y hasta mis pantuflas que se sintieron platillos voladores. ¡Esto parecía
un ciclón!
Desesperada grité con todas mis fuerzas la frase más
común en nuestra casa en esos días.
—¡Daniel,
vení para acá! ¡Pero ya!
Y allí estaba Danielito con su carita de yo no fui, pero
esta vez no me engañó, mi rabia era tanta que sin permitir una disculpa le
grité.
—¡Daniel,
en este momento me arreglas mi radio y si no lo haces te juro, que nunca más
permitiré que escuches tu programa favorito!
Daniel se desencajó y sin pensarlo dos veces agarró mi
radio y el aire acondicionado, los abrió, hizo algunos cambios en su sistema y
como si allí no hubiera pasado nada, pude escuchar la maravillosa voz detrás de
esa caja que de un tiempo acá se había convertido casi en el aire que respiro.
Texto seleccionado para formar parte de la compilación Prendí la radio y se encendió el aire. En la siguiente dirección se descarga el libro.
http://cultural.argenpress.info/2013/10/libros-prendi-la-radio-y-se-encendio-el.html
Solo de una mente tan preclara como la tuya pueda salir tanto ingénio.- Es una delicia su lectura.- Un abrazote.
ResponderEliminarJosé queridísimo, muchas, muchas gracias por tus palabras. Es un gusto recibirlas y saber que lo has disfrutado. Te abrazo fuerte también.
ResponderEliminarTe ha quedado estupendo, amiga. Tienes gracia para repartir, la verdad.
ResponderEliminarBeso
Gracias José, es un gusto saber que te parece que tengo gracia. Gracias y abrazos.
ResponderEliminarMe gusta que me sorprendas con tu talento. Un abrazo amiga.
ResponderEliminarEs un honor sorprenderte amigo. Mil gracias. Un abrazo
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