El río, sin ningún
juicio y desbordado de su cauce, inunda las casas
curioseando por todos los rincones con su espuma revoltosa y sus olas definitivas.
Hace tambalear la verticalidad de las sillas y de las mesas, agobia con humedad
el calor de las alfombras, y provoca la infidelidad de las zapatillas que separada
una de la otra, naufragan sin destino.
La marea sube meciendo
la cama donde el sopor hunde a Eduardo en
sueños húmedos, tan reveladores y vívidos, que nada tienen que ver con la invasión de aguas turbulentas, que arrastra y vence la fragilidad de las
paredes.
Como fantasmas en
desvarío, las cartas guardadas como un tesoro en la caja de
zapatos, sobre un estante del librero, ahora naufragan junto a esas palabras que
hablaban de amores.
El tumulto de las corrientes
llena la habitación desbordando botellas sin mensajes de salvación,
cigarrillos que nunca serán encendidos, víveres descolocados de las alacenas,
pertenencias desaparecidas por siglos enteros y solo encontradas gracias a la
acuciosidad del agua insistente y voraz, que no perdona nada.
Desde el prehistórico
radio a transistores, Edith Piaf se sobrepone a la debacle con el portento de
su voz, que dentro de muy poco también será callada e inundada de vacío.
Ante el constante balanceo de su cama, que lo
mece como un vientre maternal, Eduardo se profundiza más, aprovechando la
testosterona que se le derrama en el desconcierto de su inconsciencia, imaginando los muslos forjados en bronce, que se le abren prometedores a su encantamiento,
sumiéndolo en las honduras del placer. Ese minúsculo lugar indescifrable e
inexplicable contiene para él todas las razones de la existencia y con
pericia y sabiduría dirige su instrumento hasta explotar, justo allí adentro, en una lluvia dorada y en lava hirviendo que libera y aligera
su miembro.
Las correntadas se
confunden y sin percibirlo, Eduardo muere y es
arrastrado por esas turbulencias que vencieron la resistencia de las paredes y que ahora huyen calle abajo, buscando otras guaridas para contener su ansiedad.
Con su ímpetu de huida el río arrastra piedras
descomunales, automóviles y vidas desconcertadas y frágiles que pasaron de los sueños maravillosos a las impenetrables pesadillas de la
muerte.
Febrero 2013
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