avizorando sombras diluidas en la noche.
La noche me mira con su ojo inquisidor buscando
lunas ocultas en mi vientre.
Mi vientre grita silencios no paridos todavía,
hijos no concebidos.
Concibo entonces la entrada culminante hacia el
ensueño y sueño derretirme en trigales de colmenas con palabras que me bañan.
Daña.
¡Cómo daña detenerse en el estío de la vida sin
asombros...
sin sorpresas!
Febrero 2013
A base de una encrucijada de palabras logras hacer atractivo tu poema, Araminta, con una remate final que es toda una sentencia.- Lindo.
ResponderEliminarUn abrazo
Que bien que te lo ha parecido José. Gracias. Al ver tu fotografía se me antojó un café. Iré por él. Abrazos.
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