jueves, 19 de marzo de 2015

EXABRUPTO DE ALEGRÍA

Cuando salió a la calle le fue imposible dejar atrás sus preocupaciones. El día le parecía un despilfarro de luz que se estrellaba en los tejados y  banquetas. Los automóviles corrían a gran velocidad dejando un reguero de reguetón, salsa y romanticismo de los años setenta. Todo parecía un exabrupto de alegría, pero el bullicio y ese espejismo de felicidad, no era suficiente para abstraerla de la oscuridad que llevaba dentro. Veía rostros de personas que iban y venían y la alegría y la tranquilidad que reflejaban le parecía un insulto, una agresión. 

Cada vez le era más difícil sobreponerse al dolor. El peso que sentía en su corazón le parecía un saco de renuncias. A estas alturas, el cáncer que meses atrás casi la había derrotado obligándola a maldecir incluso a Dios, ahora no parecía tener importancia. Tampoco la hipoteca de la casa, ni los números que se acumulaban en su tarjeta de crédito. De una u otra manera, esas situaciones podría solventarlas, ¿Pero cómo enfrentar la pérdida de Ramirito? Su pequeño sol, la razón para despertarse cada día a pesar de los dolores y las angustias. El único ser sobre esta tierra capaz de darle el aliento necesario para seguir. Sabía que si no encontraba a tiempo la medicina, no habría nada más que hacer.

El anuncio de neón titilaba alegremente de rojo a morado en la distancia. Unas cuadras más, pensaba. El semáforo no titiló, cambió abruptamente de amarillo a rojo y no se percató que el anuncio de neón estaba cambiando a negro.

lunes, 9 de marzo de 2015

ANIQUILADA POR LA LUNA

Fotografía: Araminta Gálvez
Parpadeo una y otra vez como una libélula apagando el sol.


Los olores de la cocina llegan a mi nariz puntuales en sabrosura.

La canela es tan fina como un violín afinado en una esquina de luz.

El azafrán me hace pensar en David, con su risa ronca y ese afán de agotar los momentos con las manos ávidas de caricias.

 Estornudo con la pimienta y simultáneamente pienso  en la noche que se escondió en uno de mis recuerdos de la infancia.

La calma está tendida afuera. Plácida en serenidad. Un grillo la alborota por momentos y el desconcierto gira noventa grados hacia el sur. La escafandra se despierta de sus profundidades de soledad y por una fracción de segundo, se imagina volando lejos del tiempo.

Estoy aniquilada por la luna, que arriba del tejado, pende redonda de mis ojos