miércoles, 31 de julio de 2013

SIN FONDO

Nívea, como una playa acariciada por la espuma de un desliz pertinaz, estaba su mente. Apaciguada de 

recuerdos y puntos comunes. La sonrisa tallada en roca humana. La expresión tan lejana que mis ojos no la 

alcanzaban nunca, ni siquiera en los amaneceres aquellos en que algún fantasma lo asolaba y la agitación 

desarmaba su sueño. Los despertares lo alejaban más de mí. Cuando me veía a su lado, el puente del 

desconcierto se tendía tan largo como el desconsuelo que me derrotaba. Era y no era el mío. Estaba y no

estaba allí. Los dioses se hacían de oídos sordos y la esperanza se me diluía. ¡Qué ganas definitivas de 

entrarme en tu mundo y extraviarme y emborracharme en vacíos! Eso es lo que me figuro. Que los vacíos

 que ves son tan insondables que hasta te vaciaron de mí. El recurso de las fotografías era mi esperanza. El 

verte conmigo, el verme contigo en la fiestecita de los quince años, aquellos en los que me besaste de tal 

forma que el color se reventó en mi cara, como una granada madura; nuestra boda en la que estrenamos de 

todo, hasta felicidad y cama nueva; o el viaje a Atitlán, ¿recuerdas la persistencia del sol en tu cara y 

aquellos camarones enormes con su dulzura en la boca?, ¡por Dios! ¡Cómo la gozamos!, y luego las fotos 

sexteando al amparo de helados y churros que se derretían mientras te reías, mientras me reía… y después

 los chicos con sus caritas idénticas a la tuya, con tu nariz, con esa forma irregular en tu frente y esa boca 

con sabiduría de beso, culpable de mi inmediato enamoramiento de ti… Hoy, cuando me ves sin 

reconocerme quiero que la tierra se abra para morir allí mismo, de igual forma que ya he muerto en tus ojos.





Mayo 2012

lunes, 29 de julio de 2013

EL FILO DEL SILENCIO ERIZA LA PIEL DE LA TARDE

El filo del silencio eriza la piel de la tarde. De puntillas, las nubes recorren el universo de los ojos. 
Brota la humedad del tiempo abrasado al pasado. 
Dibujo y acuarela de Araminta Gálvez
Concilio mis rodillas en las palmas de mis manos que aletargadas despiertan complacidas al placer. Se hacen nido los miedos en la noche teñida de penumbra y desconsuelo.
 Reposa la voz de la piedra mansa de movimientos. Los estertores del corazón naufragan en el delirio acurrucado en el encuadre del pecho. Arrulla el tañido incipiente del bronce mujer que llama a misa y naufraga en la boca el sabor de las palabras. 
Los pasos de la lluvia truenan en la distancia azul anidada en el sur de la brújula.
Los relámpagos culebrean los ojos sorprendiendo a la oscuridad. El almanaque se desgasta día tras día sin poder recuperar jamás sus pérdidas. Aboga el caracol por un predio donde instalar su casa nómada al tiempo que el sapo templa su panza de tambor parsimonioso, previo a la canción del pantanal. Recoge la campana sus tañidos mudos de estridencia y la misa desentraña al mismo tiempo los pecados y el perdón. 
La tarde y su modorra re aparecen con sigilo.

La amenaza del peligro ensombrece la cordura y el embrujo de la luna acondiciona levemente el corazón. 

Julio 2013 



martes, 23 de julio de 2013

ELLA NO SOY YO

Dibujo de Araminta Gálvez
lápiz sobre papel fotográfico
Hoy, cuando me desperté, me di cuenta que no era yo la que estaba en mi cama.
Por una extraña coincidencia tenía el mismo rostro (lo corroboré en el espejo) y contra todos los pronósticos, ese cuerpo parecía el mío. Tenía los mismos lunares, la misma risa  destemplada y hasta pensaba como yo.
Sorprendida comprobé que obedecía mis pensamientos sin chistar.
Agarró el revólver y se encaminó hacia el cuarto de mamá.
¡Yo me entusiasmé! La cosa se ponía interesante.
Con sigilo abrió la puerta.
Entramos.
Mamá seguía tendida donde yo la había dejado horas antes.

La mujer levantó el revólver con firmeza y le disparó directo a la cabeza y fue allí donde comprobé lo que ya sabía.
Ella era una falsificación burda de mí, porque si hubiera sido yo, le habría disparado directamente al corazón.

miércoles, 17 de julio de 2013

SUEÑOS HUMEDOS


El río, sin ningún juicio y desbordado de su cauce, inunda las casas curioseando por todos los rincones con su espuma revoltosa y sus olas definitivas. 
Hace tambalear la verticalidad de las sillas y de las mesas, agobia con humedad el calor de las alfombras, y provoca la infidelidad de las zapatillas que separada una de la otra, naufragan sin destino.
La marea sube meciendo la cama donde el sopor hunde a Eduardo en sueños húmedos, tan reveladores y vívidos, que nada tienen que ver con la invasión de aguas turbulentas, que arrastra y vence la fragilidad de las paredes.
Como fantasmas en desvarío, las cartas guardadas como un tesoro en la caja de zapatos, sobre un estante del librero, ahora naufragan  junto a esas palabras que hablaban de amores.
El tumulto de las corrientes llena la habitación desbordando botellas sin mensajes de salvación, cigarrillos que nunca serán encendidos, víveres descolocados de las alacenas, pertenencias desaparecidas por siglos enteros y solo encontradas gracias a la acuciosidad del agua insistente y voraz, que no perdona nada.
Desde el prehistórico radio a transistores, Edith Piaf se sobrepone a la debacle con el portento de su voz, que dentro de muy poco también será callada e inundada de vacío.
 Ante el constante balanceo de su cama, que lo mece como un vientre maternal, Eduardo se profundiza más, aprovechando la testosterona que se le derrama en el desconcierto de su inconsciencia, imaginando los muslos forjados en bronce, que se le abren prometedores a su encantamiento, sumiéndolo en las honduras del placer. Ese minúsculo lugar indescifrable e inexplicable contiene para él todas las razones de la existencia y con pericia y sabiduría dirige su instrumento hasta explotar, justo allí adentro, en una lluvia dorada y en lava hirviendo que libera y aligera su miembro.
Las correntadas se confunden y sin percibirlo, Eduardo muere  y es arrastrado por esas turbulencias que vencieron la resistencia de las paredes y que ahora huyen calle abajo, buscando otras guaridas para contener su ansiedad.
Con su  ímpetu de huida el río arrastra piedras descomunales, automóviles y vidas desconcertadas y frágiles que pasaron de los sueños maravillosos a las impenetrables pesadillas de la muerte.
Febrero 2013




martes, 16 de julio de 2013

EL ALMACÉN DE LAS COSAS INEXISTENTES

Los cables del desplegado eléctrico, como una enorme telaraña, contaminaban mi vista de ese cielo gris,  

tendido a todo lo ancho, con una apatía desfigurada de celajes y nubes errantes.
Parecía que la tarde había llegado para quedarse. 

Estaba abrumada y pesarosa, con una especie de niebla achocolatada.
Los relojes, aletargados, consideraban cada segundo que pasaba como si se tratara de una eternidad. Sus 
agujas vacilaban ante el impulso de retraerse y descontar el tiempo, para no enfrentarse con las tragedias 
que se gestaban, que se avecinaban.
El almacén de las cosas inexistentes estaba abierto. La soledad abrumaba su espacio. Los estantes 

apabullaban de vacío. Sus innumerables estanterías carecían de tarros, botellas, cajas y presentaciones de
 ningún tipo.
La dependienta, una mujer común y corriente, con sus ojillos de salta monte y un flequillo pertinaz de 

puercoespín arrepentido, sonreía incansable al vacío. Su sonrisa parecía una mueca de la felicidad. Un 
monumento al hastío.
La soledad inquietaba al silencio que se había instalado en todos los rincones. El  atosigante ruido de esa 

calle comercial no combinaba con este local apretujado entre dos edificios gigantescos que amenazaban con 
sacarlo de circulación.
El almacén de las cosas inexistentes resistía.
Resistía...
y esperaba.
La penumbra violentó abundantemente mis ojos cuando entré. Me detuve casi un siglo en el dintel de la 
puerta.
La dependienta sonreía. Yo esperaba indecisa. Ella sonreía… Nos miramos… Yo con mis miedos. Ella con
su risa.
Entonces me decidí. Saqué una moneda y la puse sobre el mostrador.
—¿Qué busca? —me dijo sin dejar de sonreír.
—Amor —le contesté.

Diciembre  24 2012

martes, 9 de julio de 2013

DURMIENDO CON LAS ESTRELLAS



pastel
Araminta Gálvez 



Juanita se perdió en la calle arrastrando su soledad. 

El hambre anidó en su barriga protuberante de carencias 
y sus ojos inundaron con amargura su niñez. 

Esa noche se abrigó con las estrellas 
y no se dio cuenta, 
que el nuevo día ya no amaneció para ella.