jueves, 11 de abril de 2013

EL VIEJO

Acuarela de Araminta Gálvez.

Lo vi pasar por el andén opuesto,
perdida la mirada,
hurgando talvez en su pasado una gloria pasada,
una alegría,
una razón para seguir viviendo.
La piel marchita y el andar cansado
por el calor de marzo en descampado
por el surco formado con esfuerzo
por la dura jornada.
El cabello pintado de neblina
blanco de años, de esperanzas idas
con olor a polilla, a desengaño,
encanecido en la tormenta de la vida.
Las manos rudas, desmayadas,
heridas por la cicatriz del tiempo
golondrinas frágiles, sin vuelo,
cálidamente humanas, sin consuelo,
queriendo detener entre los dedos
el tiempo que se escapa, que se aleja.
Magro de carnes,
esquelético, delgado,
cuerpo cansado de seguir sufriendo,
achacoso,
de paso tembloroso
que en el andén opuesto ya parece
que su abrigo va caminando solo.
De sonrisa helada, sin forma,
desvanecida en penas, en dolores,
que en la áspera cuesta de la vida
hace años que se quedó perdida.
Tronco de años, de mirar cansado,
dueño de historias, de sufrir callado,
forjador de un camino que hoy yo sigo
poseedor de un espíritu fortalecido,
de un cuerpo consumido
de unas viejas rodillas temblorosas
que fuertes hace años
sostuvieron su niñez.
Pero los años al fin lo derrotaron,
se enraizó desesperadamente
y sus raíces ya marchitas
van empapando su alma
de tristeza y soledad.
La calle se quedó vacía,
una lágrima estremeció mi mejilla
y ya no supe qué hacer
con toda mi juventud,
porque en esa cara arrugada,
en esa historia pasada
y en esos ojos cansados,
hoy pude ver brillando
toda la claridad del mundo.

Primer Lugar
Año Internacional de la Juventud 1985.
Radio Netherland, Holanda

domingo, 7 de abril de 2013

MAR Y SAXOFON



Tu beso abrigó caluroso mi boca
y como si fuera la última vez,
el albatros despojó su vuelo de riberas
y se hundió en el horizonte.
La campana tañó dolores urgentes. No hubo cartas ni sentimientos relegados al olvido. Mi perro olfateó la luz y la redujo a quimeras. La Remington tecleó voluntades ajenas y con discreción los zapatos abrazaron su cansancio. Las fotografías se impusieron  en sepia y hablaron abiertamente de vidas disfrutadas y corajes universales.
  Amasé el pan con mis ojos y el vino se maduró en mi boca ruborizado de uvas.
Mondé  la manzana como si se tratara de la cintura del planeta y la mordí saboreando las dulzuras que capitularon en mi garganta.
Oleo sobre tela de Araminta Gálvez.

El saxofón se impuso en el silencio. Lo desvestí de turbulencias y crujidos y habló con su voz de bronce bruñido.
La guerra destrozó la paz convirtiéndola en pedazos.
El museo descubrió por la ventana la historia de la muerte y la jarrilla bostezó abiertamente cuando me sorbí tu cara con los ojos.
El reloj entonces desertó del tiempo y se hizo añicos en las palmas de mis manos. El mar cobijó mi nostalgia de ti y se me abrió entero. Me hundí en sus aguas adornadas con calamares y estrellas.
Algunas veces
en noche de tempestad,
la marea me devuelve  tu recuerdo... 


marzo 2013

martes, 2 de abril de 2013

LUNAS OCULTAS



Dibujo de Araminta Gálvez.
Lápiz sobre papel fotográfico
Ladran lejos...


avizorando sombras diluidas en la noche.
La noche me mira con su ojo inquisidor buscando lunas ocultas en mi vientre.
Mi vientre grita silencios no paridos todavía, hijos no concebidos.
Concibo entonces la entrada culminante hacia el ensueño y sueño derretirme en trigales de colmenas con palabras que me bañan.
Daña.
¡Cómo daña detenerse en el estío de la vida sin asombros...
                       sin sorpresas!

Febrero 2013

lunes, 1 de abril de 2013

JACARANDA EN FLOR

Jacarandosas de luz, demorado y sol intenso,
desgranadas en racimo
sorprendido
Fotografía de Araminta Gálvez.
por collares de rocío 
suspendidos del abismo.

Pispiretas abren el día

abrumadas por el sol,
y anuncian los vientos
desnudados de estupor. 

Mis palabras se untan con  miel
de alas que asaltan los vuelos, 
el mar encalla en tus ojos 
y mis ojos, apegados a los tuyos se derrumban. Sin salida.


HORA DE COMER

Su nariz es sabia.
A fuerza del hambre que siempre le acompaña, identifica los olores a una considerable distancia. Desintegra amorosamente, como se deshoja una flor, cada uno de los condimentos, especies y productos que forman cada plato.
Los estofados, los caldos olorosos, las pastas, los adobos y las salsas, son saboreados por todos sus sentidos mientras todavía borbollan en la olla. ¿Y qué decir de los postres y de las cremas? El betún de chocolate inundado de almendras y guindas exuberantes de color lo llevan irremediablemente a pasarse la lengua alrededor de su boca.
Se regodea con cada uno de los sabores. Con las dulzuras, los salados, los agrios, las amarguras, los picantes. Y con las masas de texturas dulces y abrasadoras, casi celestiales, previo a alcanzar la cocción perfecta.
De todas las esquinas de la ciudad, ésta es su favorita.
No importa que el sol sea implacable al medio día. Ni que esté expuesto al desamparo de la lluvia y del viento. Tampoco que los comensales lo vean con desagrado al pasar. O peor aún, que aparenten no verlo. Ni que los buenos hombres a cargo del ornato lo quieran sacar a escobazos y a fuerza de agua fría.
Esta es su esquina. Es el lugar donde los mejores restaurantes hacen gala de sus especialidades.
La abundancia de frutos del mar, langostas, meros, salmón, pulpos… se foguean con perdices, faisanes, codornices y avestruces.
La explosión de color de las berenjenas, los chícharos, las cebollas recién liberadas de la tierra, los dátiles, las mandarinas, las piñas, los hongos olorosos a nostalgia, a campo abierto, a ganas de cualquier cosa, lo hacen desfallecer.
El hambre es secundaria.
En su esquina él se sienta en primera clase y se desentiende del mundo que no deja de pasar enfrente. Sus ojos casi cerrados, concentrado en el universo que el viento le trae de las mesas y de las cocinas. Alerta. Expectante. Comulgando religiosamente con sus sentidos. Identificando cada sabor, cada sensación, cada textura, cada color. Jugando con las combinaciones. Explayándose en esa orgía de sabor. Saboreando cada posibilidad. Conjugando y armonizando los vinos con los quesos y las crepas con las frutas. Catando sus aromas. Degustando.
Anticipándose al festín.
Acumular monedas en el sombrero que tiene a sus pies es secundario. De las diez de la mañana a la una de la tarde los aromas son su devoción. Necesita tiempo y concentración para organizar su menú y el viento es un buen consejero. Después de pensarlo concienzudamente toma la decisión.
Faisán con crema de arándanos y cerezas, canapés de huevos de codorniz, endivias con queso azul, tarta de higos con helado de pistacho y un Chateauneuf du Pape Cuvée.
Convencido de haber tomado la decisión correcta se dispone a comer. Extiende su pañuelo sobre la banqueta y saca de la bolsa de papel un cuchillo, un tenedor y una copa de cristal empañado. Deposita amorosamente un pan sobre el pañuelo y con los ojos cerrados y la sonrisa dibujada entre sus arrugas, corta un buen trozo de faisán y lo mastica muy despacio, saboreándolo, degustando su textura y teniendo sumo cuidado para que los jugos no se escapen por sus comisuras.
julio 2012