jueves, 30 de noviembre de 2017

LA LUNA

Eran las cinco de la tarde, no tenía ninguna duda. El aire olía a noche. Ese olor inconfundible a pesadillas. Los pájaros veloces  atravesaban los espejismos del cielo, escapando seguramente de su propia sombra. Buscaban cobijo en los árboles y se zambullían  en sus ramas como un suspiro. Su gorjeo se resistía a dejar ir los últimos destellos del día. El alboroto en las alturas de las ramas parecían estertores de vida. El miedo privaba, estremecía, calcinaba. Abrí los ojos y dejé que la música del saxofón que tocaba el hombre de saco a rayas y barba prominente, cinco pisos arriba del mío, y tres ventanas hacia la derecha, atravesara como una espada afilada mis sentidos. Mi esqueleto vibró como una pandereta y el corazón me aplacó los miedos. La calle se llevó la música por los recovecos del tiempo y la luna, como un regalo de luz, se posó en mis ojos atrapando la noche.
 

Un martes de febrero. 2021

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