jueves, 19 de febrero de 2015

UN DÍA DE LUZ

Fotografía: Araminta Gálvez
Lina estiró los brazos y las piernas tratando de escaparse de los fantasmas de la noche. No abrió los ojos. Sabía que el día había llegado lleno de sol, lo sentía por los rayos que atravesaba los visillos de la cortina y empezaban a calentar sus mejillas.
Los pájaros charlaban alegremente en los encinos y nogales de la vecindad.
La gente había despertado tan temprano como siempre y como autómatas, se enfrascaban en los quehaceres cotidianos.
Ella podía escuchar claramente, cómo el agua se deslizaba por los reposaderos llevando consigo un gorgoriteo de espuma y de minúsculas cascadas. Los pasos de la señora del 4 se escuchaban arriba. Con la inseguridad y la soledad de siempre. Lina los había contado muchas veces y se los sabía de memoria. Era como si la ciega fuera la del 4 y no ella. Tan exactos sus pasos siempre. Tan previsibles. Tan desolados. Y de pronto la puerta se cerraba con un golpe seco y el silencio derramado en la habitación que quedaba a oscuras, como ella.
Al lado los González se movían como si no tuvieran alma. Destrozaban el silencio sin consideración. Las ollas y sartenes parecían las armaduras de feroces contrincantes en el campo de batalla. Los olores de las frituras llegaban hasta ella alborotando su hambre. Las carcajadas y el noticiero a todo volumen hacían enmudecer a los chicharacheros pájaros de los encinos y los nogales de la vecindad. La fiesta parecía estar siempre en su apogeo, pero a las seis en punto, el tumulto se callaba y Lina con lentitud abría los ojos imaginando
un día de luz, en el que las sombras no existieran para ella.

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