lunes, 15 de septiembre de 2014

SOL Y NIEVE

Livingston no descansa nunca. 
El jolgorio, las conversaciones de puerta a puerta y de calle a calle salpican con el bullanguero idioma garífuna todos los instantes. Las pieles oscuras con sus ropajes coloridos son un regalo a los ojos. 
Hacer amigos aquí es muy fácil.
 Los nativos adoptan a los viajeros inmediatamente. Las calles estrechas y empinadas con sus casas arrinconadas están siempre abiertas. El tapado y el rice and beans alborotan al medio día el hambre con su aroma a coco y frutos de mar. El estruendo de los tambores tocando punta, los hombres y mujeres bailando como si el mundo se fuera a terminar mañana, el sol pintando de reflejos los miles de pelícanos que le disputan a los pescadores sus presas y las alfombras de pescado seco dorándose al sol, son imágenes que se graban con cincel en la memoria.


En Qassiarsuk, en cambio, los inuit pintan sus casas con colores vivos tratando de conjurar el blanco de la nieve y el negro de la noche polar que parece no terminar nunca. 
Los ojos duelen lastimados por la blancura del horizonte que clava un sinfín de agujas sobre ellos. El silencio y la blancura se meten en el alma y el aburrimiento reina en esa soledad. Algunas veces, incluso cuesta tener pensamientos alegres y cuando por alguna razón el sol aparece, la nieve brilla más y no queda más remedio que cerrarlos. Las tormentas ocultan las huellas de los trineos y es fácil perder la dirección durante una tormenta. 
Los inuit reconocen una gran cantidad de tonalidades del color blanco y esto les permite sobrevivir a las inclemencias del tiempo. La civilización ha llegado  a las zonas árticas y los iglú poco a poco han sido sustituidos por viviendas cada vez más abrigadoras. 

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